Julio Jara: Obra vigilada por un infrapayo

El artista performativo Julio Jara realizó una de sus acciones días antes de la rehabilitación definitiva del espacio de BNV Producciones que pasa a ser de pie.fmc

El pasado lunes 22 de marzo, tuvo lugar en el espacio en construcción de la próxima sede de la pie.fmc la performance Obra vigilada por un infrapayo, del artista Julio Jara. Desde los cimientos sobre los que se construirá la plataforma, Julio Jara realizó una acción que reflexiona desde lo flamenco sobre los lindes de la obra y el trabajo en las prácticas artísticas actuales. La actividad fue llevada a cabo en el interior de un espacio cerrado bajo la mirada de un reducido número de asistentes, lo que reforzaba su carácter de «encierro».

Se construyó una celda de dos metros cúbicos, desde la que, mientras era “emparedado”, Julio Jara cantó textos en voz flamenca que se intercalaban con frases y palabras en infrapayo. Este idioma agreste y que no admite diccionarios, recurrente en la trayectoria de Julio Jara, permite para el artista «abrirse paso a lo universal: todo en comunicación con todo». Durante la acción, podíamos escuchar distintas frases extraídas de las prendas con las que se vestía el artista y que él mismo había escrito previamente: «que aquí hay camino, camino a pie», «hay un desierto, entre el rrom y el eremita no hay tanta diferencia, los dos caminan fuera de la historia», «incierto camino el del alma cerrada». Son, en palabras del artista, «textos que me visten y, abandonándolos al aire, desnudo canciones para los trabajadores y su público, porque yo acompaño, esa es mi labor, y animo a la ejecución de la obra». Palabras de las que emerge un juego de cuestiones sobre la obra y el obrero que la realiza, sobre el trabajo y el cante; conceptos que parecen entremezclarse y, por momentos, desdibujar sus diferencias.

Arte y trabajo, relación que, en la obra de Julio Jara, posee un largo recorrido. Ya en sus intervenciones como artista en el marco del Laboratorio Blanco (laboratorio perteneciente a Proyecto F.X. Sobre el fin del arte), Julio Jara se definía como una «caja de herramientas», enunciando la estrecha relación entre el cante y los distintos trabajos en los que se reconoce: «Cuando canto, instalo, En las instalaciones profeso de poeta de la palabra. Cuando versifico me presento como guarda de seguridad, jardinero o bedel. Y cuando flamenqueo digo que son cantes cucharonas, más exactamente, infrapayos. ¿Qué soy entonces?, pues una caja de herramientas».

El trabajo del infrapayo es, como el del guarda de seguridad, vigilar la obra pero, ¿qué obra vigila y a quién pertenece?, ¿qué lugar ocupa la obra y cuáles son sus lindes?, ¿acaso sus límites están para atravesarlos? Julio Jara plantea estas preguntas como quien enladrilla una estancia. Tal y como afirma, «se construye a base de preguntas, no de respuestas; con lo desechado, lo reutilizable; con lo que se tiene almacenado, con lo dado, no echar mano de lo foráneo… lo que no sirve para ustedes, para mi chabolita…». Se trata de una casa que esté siempre en obras, en la que las preguntas sostengan un estado constante de construcción.

El artista, cansado, sigue cantando, vigilando la correcta construcción del muro que termina por sepultar las ropas de las que se ha ido despojando. El texto da espacio al humor: «por favor, dadme la subvención, pero sin justificar, que ya tenemos mucho trabajo». El obrero que construye el muro se ríe y Julio lo jalea. Para el artista, es clara la relación entre la obra y su modus vivendi. La celda que construye se parece a su propia celda en el monasterio de la Inmaculada Concepción de Loeches (Madrid). No obstante, en el hacer de la obra acontece algo, «un fogonazo» que se da en mitad de la clausura:

«¿Qué es la obra, para mí, como artista infrapayo y guarda? Obra no es el trabajo en su realización, el proceso, y ni muchos menos su resultado, llegar a un objetivo; la obra es la noche en el que irrumpe ese fogonazo de luz, la chasca, la zarza ardiendo. Es el encuentro, el ángelus, y se da en este cubo íntimo y ladrillado antes de su construcción. Anunciación, que todo lo llena, haz de luz, de intimidad. Fiesta enramada de versos; habla y canta, herencia en estado de constante contemporaneidad. Localizada en el fuera de la historia, dentro de la clausura, y de ella nos viene la alegría. Abrazando al mundo, vestido de celebración, desnudo para el resto, en mi mazmorra acontecen mediodías».

En la obra se da, de esta manera, un encuentro y una superación del esfuerzo del trabajo a través del acto amoroso. Como el resto del trabajo de Julio Jara, nos lleva a reflexionar sobre el otro, el marginado, el desclasado, al que en algún tiempo se le llamó “flamenco” y que ahora llega a encarnarse en el lenguaje infrapayo. Como afirma el artista: «Para que este encuentro dé lugar debe de encarnarse, pues su material es la realidad, el trabajo; y del esfuerzo en su realización, el trabajador como el cantaor, deslumbrarán todo atisbo de escándalo, superando el dolor y el cansancio con el amor incondicional que todo trabajo y cante irradia».

El trabajo y el cante, como dos caras de una misma acción, construyen la celda en la que el artista es encerrado. El texto cantado, también presente en la ropa que Julio Jara deposita en el muro, queda apresado entre los ladrillos. Oculto tras el muro, sigue cantiñeando, cada vez de forma más leve, hasta que cuesta escucharlo y los espectadores solo ven el cubo de ladrillos en mitad de la sala. Alguien apaga la luz y la habitación, como el cubo y como el mismo artista queda, tras la estela cansada del trabajo, en silencio.

Texto original de Julio Jara

El título de la obra nos viene a decir que la obra está siendo vigilada, y concretamente, por un infrapayo. ¿Qué obra vigila, la suya, o la del otro, o la del más allá? Y si eso es cierto que su trabajo consiste en vigilar ¿el infrapayo, el guarda, ocupa el lugar del artista cuando éste no está? La obra, entonces, ¿ocupa imprescindiblemente también un lugar, siendo el lugar la misma obra? ¿Ese lugar está acotado para saltar sus lindes? Y el guarda, ese infrapayo, ese artista, ¿impide el paso a toda persona ajena a la obra, representando la autoridad cuando el padre de la obra no esté? ¿quién es el padre de la obra? Y tantas cuestiones para qué, se preguntarán ustedes; para enladrillar (se construye a base de preguntas, no de respuestas; con lo desechado, lo reutilizable; con lo que se tiene almacenado, con lo dado, no echar mano de lo foráneo… lo que no sirve para ustedes, para mi chabolita… la casita que me habite que esté siempre en obras) para construir este cubo de 2 metros cúbicos, un espacio, una alcoba, una celda, en donde en su interior cantaré textos en voz flamenca, textos que me visten y, abandonándolos al aire, desnudo canciones para los trabajadores y su público, porque yo acompaño, esa es mi labor, y animo a la ejecución de la obra. Pero entonces, ¿la obra es la teatralización del trabajo para conseguir ponerla en pie? ¿Qué es la obra, para mí, como artista infrapayo y guarda? Obra no es el trabajo en su realización, el proceso, y ni muchos menos su resultado, llegar a un objetivo; la obra es la noche en el que irrumpe ese fogonazo de luz, la chasca, la zarza ardiendo. Es el encuentro, el ángelus, y se da en este cubo íntimo y ladrillado antes de su construcción. Anunciación, que todo lo llena, haz de luz, de intimidad. Fiesta enramada de versos; habla y canta, herencia en estado de constante contemporaneidad. Localizada en el fuera de la historia, dentro de la clausura, y de ella nos viene la alegría. Abrazando al mundo, vestido de celebración, desnudo para el resto, en mi mazmorra acontecen mediodías. Fruto envuelto por los múltiples trabajos que hacemos, y que ya se adivinan en la floración de la cachaba de mi padre. Para que este encuentro dé lugar debe de encarnarse, pues su material es la realidad, el trabajo; y del esfuerzo en su realización, el trabajador como el cantaor, deslumbrarán todo atisbo de escándalo, superando el dolor y el cansancio con el amor incondicional que todo trabajo y cante irradia.

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