Máquina P.H.
Piedras por la calle
«La revolución española», 1937, Francis Picabia.

 

Que no falten esta vez los flamencos. Esperemos. Hay una gran manifestación convocada en Madrid para finales de enero y allí deben estar. Ha sido emocionante ver cómo desde la ocupación de las plazas el 15 de mayo de 2011 hasta el Partido X, Podemos, Ganemos, en fin, el flamenco ha estado ahí. Desde principio de siglo el flamenco ha tomado en Sevilla un espacio nuevo. No se trata de seguir insistiendo en la mitología clásica, desde Triana hasta las tres mil viviendas. Las viejas corralas, muchas de éstas centros sociales ocupados, han acogido con naturalidad a la afición flamenca. Da gusto perderte por la ciudad a las seis de la mañana por este vecindario y escuchar, en cualquiera de los corrillos que surgen, una bulería por soleá.

Por seguir con Sevilla como ejemplo, en aquellas manifestaciones, gentes que habían pertenecido a la Fiambrera Barroca ponían a disposición de los manifestantes un pedestal y un altavoz con el que alegrar la marcha con fandangos y soleares. También los miembros del SAT, el sindicato del campo, seguían trayendo coplas de Manuel Gerena, de Gente del Pueblo, el inolvidable grupo de Morón de la Frontera. Pero ahora eran ciudadanos de todo tipo, colectivos que no estaban oficialmente identificados ni con lo popular ni con lo andaluz. Fue emocionante aquella copla que con la música de Ay, pena, penita, pena llamaba a toda la plaza de la Encarnación a la revolución: “Esta democracia da pena, penita, pena”. El que canta en las manifestaciones de Sevilla, así se hace llamar el fenómeno.

Es en ese espíritu donde crecen las acciones de flo6x8, un colectivo anónimo famoso por sus asaltos a bancos y cajas de ahorro a base de bulerías y tangos y denuncias al capitalismo financiero, al poder de los bancos y a su actividad criminal en desahucios, jugando siempre con la indigencia de los más débiles. Lógicamente en torno a la Corrala Utopía se han concentrado muchas de las repercusiones de estas luchas y reivindicaciones de la PAH y de otros colectivos sin viviendas. Ahí estaba Santi Cirujeda trepando los muros para abastecer de una casa ocupada por gitanos o las visitas y apoyos a la Corrala de Vecinas de Juan Pinilla, Manuel Gerena, El Niño de Elche, Rocío Márquez, Los Flamencos, Belén Maya o los propios flo6x8.

Es verdad que, en parte, se recoge mucho de ese flamenco comprometido que fue punta de lanza en el tardofranquismo y la transición española. Los mencionados Manuel Gerena o Gente del Pueblo, las letras de Moreno Galván para Menese, los discos comprometidos de Manuel de Paula o el teatro de La Cuadra. Pero, quizás, ahora se esté más cerca de actuaciones tácticas, como aquella de Enrique Morente cantando Pa ese coche funeral, yo no me quito el sombrero, que el que va dentro me ha hecho de pasá los más grandes tormentos, el mismo día del entierro de Carrero Blanco, y la que se lío en el San Juan Evangelista de Madrid con intervención de la fuerza pública, multazo, censuras. ¡Qué borricos!

Y no es exactamente una lucha política. En este terreno los flamencos siempre han preferido la delincuencia. Los pobres contra los ricos. No es sólo cuestión de partidismo. Es que los flamencos se nos ponen filósofos: ¡Tiro piedra por las calles, al que le dé que perdone, tengo la cabecita loca, de tantas cavilaciones!

El caso es que la cosa empezó a cambiar con las elecciones europeas. En el mitin de Sevilla la llegada del líder Pablo Iglesias desalojó del escenario al sabio Ortiz Nuevo y a su guitarrista y la cosa puede ser anecdótica, pero ha ido a más. En el mismo debate interno de Podemos Sevilla, las posiciones “madridistas” son las que han ganado y los flamencos iban con el grupo autóctono y eso se ha notado. ¡Uff!, ¡Españolismo, verticalismo, centralismo, los males decimonónicos de la nación! La banda sonora de la Transición, que Podemos enarbola, es tan institucional que, ¡susto da! Como era previsible para los mítines andaluces, también organizados desde Madrid, le ha tocado a Carlos Cano, que no esta mal, pero vaya, intercambiable con IU, con el PSOE, hasta en el PP le dan su cuartelillo. El sainete sobre la Semana Santa sevillana ya, ni les digo. No se trata de una cuestión religiosa, ni tan siquiera es exactamente un asunto de desconocimiento cultural. Tiene que ver con una falla más profunda. ¿Las saetas, que curiosamente empezaron siendo prohibidas por las autoridades civiles y religiosas, sometidas a referéndum? ¿Qué entienden, entonces, por eso del pueblo? ¿Y lo popular?

El pensador italiano Giorgio Agamben ha hecho notar el doble uso del concepto pueblo. El pueblo, el concepto y el dicho de “pueblo”, se utiliza indistintamente para nombrar a la nación y al populacho, es decir, a aquellos que quedan excluidos del Gobierno de la nación. El flamenco habita ese intersticio pues, por un lado, es una producción cultural del populacho precisamente, el lumpen urbano de gitanos y gitanescos; pero, por otro lado, no hay duda de que simbólicamente ha connotado la identidad de la nación, los tópicos, si se quiere. Es decir que, precisamente aquellos que han dado un corpus de representaciones al imaginario de la nación parecen condenados a no representarla nunca. Algunas veces esta paradoja se nos aparece como una ley cruenta e inamovible.

No es inocente, entonces, que, en el paso de las movilizaciones callejeras a la democracia representativa, estas marcas culturales populares, el flamenquerío, vaya, empiecen a resultar molestas. El segundo paso será nacionalizarlas –españolas, andaluzas, romaníes, ¿qué más da?-, para eso sólo hace falta estar en el Gobierno. Porque el Estado, en fin, el Estado es una ideología y ocuparlo tendrá sus implicaciones. Como decía Eugenio Noel en sus campañas antiflamencas, “la República no tiene que tener cuidado, los flamencos no quieren el gobierno, lo ven y salen corriendo”.

Y esto es sólo un signo, quizás una señal menor, pero vaya. ¿Se figuran ustedes, hace unos meses, la calma de la calle ante la ley mordaza que ha aprobado el PP? Claro, hay manifestaciones puntuales, pero hablo de esa virtud política que había re significado la calle. O ante las medidas antiterroristas abusivas que quieren imponernos después de la matanza de París o ante esos 3.000 marines que quieren destinar a la base americana de Morón de la Frontera. Pues nada, no hay ruido. La desmovilización es total y total, que dice Joaquín Vázquez. Todo está supeditado a un hipotético futuro gobierno. Y uno no sabe qué es peor si lo de gobierno o lo de futuro. Todos, otra vez, esperando al futuro.

En el flamenco todo o casi todo lo que ocurre acontece en un fuera, pero un fuera urbano: calle, plaza, plazuela, esquina, taberna, etc. Así, esperemos que cuando las calles se llenen de gente vuelvan a estar ahí los flamencos. Como decía José Bergamín –con esta frase castiza rubrica Jean-Luc Godard alguna de sus películas históricas- enfáticamente: “¡Hasta la muerte!, con los comunistas, hasta la muerte; ni un paso más allá”. Pues eso, una saeta.

Artículo publicado en la revista Contexto el 1 de febrero de 2015.
Enlace al artículo en la revista Contexto.

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