Máquina P.H.
Hablar de lo que no se habla
Pedro G. Romero. Publicado en la revista Contexto. 14 de enero de 2015.

 

Flamenco es sinónimo de “gitano”, ese es su primer uso. No es lo mismo, pero sí es sinónimo. Es decir, “flamenco” es sinónimo de “gitano”; “gitano” y “caló” son lo mismo; “caló” o “calé” es lo mismo que “roma” o “romaní”. Pero “flamenco” y “romaní” no son la misma cosa, incluso pueden ser antónimos. En los países europeos de habla alemana los gitanos renuncian a ser llamados “zigeuner” y prefieren los términos racialmente más exactos de “”roma” o “sinti”, según procedencia. La sombra del nacionalsocialismo es alargada. En Hungría, por ejemplo, los “gitanos zíngaros” están en proceso de definición como “romanís”, “beas” o “valacos”.

Pero, atendamos a la polémica del día. La asociación Gitanas Feministas por la Diversidad protesta porque en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua se incluye esta definición de “gitano”: Que con astucias, falsedad y mentiras procura engañar a alguien en un asunto.

Perrate de Utrera, un grande del cante gitano, adoraba cantar unos tangos de Málaga, que en la guitarra de Diego del Gastor se encontraban, acaso sin saberlo, con fuertes resonancias americanas. Su hijo Tomás de Perrate, otro cantaor enorme, los hace así, actualizados, dándoles el vaivén de la reggae music:

Mi madre va a la tienda de Félix Sáenz
compra la tela por metros
después la vende por varas
se vale de su talento
pa’ engañá a las castellanas.

Es evidente que es lo mismo pero no es igual. En ese sentido los gitanos, como en cierto sentido los andaluces o los españoles, tienen derecho a librarse de sus estereotipos flamencos, sobre todo si quieren tener un proyecto político de futuro o ser un país cohesionado o tener una identidad nítidamente definida. Pero a nosotros nos interesan los gitanos en cuanto flamencos. Y nos interesan los flamencos porque, a veces, tienen la capacidad de hablar de lo que se pierde, de los intersticios, de los umbrales. A veces, hablan de lo que no se habla.

En Málaga, existía la tienda de Félix Sáenz. Su fundador, un político conservador de origen riojano que se enriqueció con la venta de telas, impulsor de obras públicas y de la Semana Santa, dejó unos famosos almacenes, de fábrica modernista, una especie de El paraíso de las damas de Émile Zola. Quiero decir que esa datación tan concreta da a la letrilla un contexto preciso. El gesto pícaro de la gitana es, entonces, algo más. No sé si Marx, tan hostil con el lumpen gitanesco, llamaría a esto lucha de clases. En cualquier caso se le parece. Cuando un engaño con “astucias, falsedades y mentiras” se llama “gitano” incluye también una lucha por la supervivencia.

La pensadora feminista norteamericana Wendy Brown nos alerta sobre los modos en que el moralismo nos despolitiza. Se refiere a cómo mujeres, gais y minorías étnicas acaban limitando sus reivindicaciones políticas a la posible aceptación de su diferencia por la maquinaria política hegemónica y se refiere también a cómo esa preeminencia moralista en el debate público acaba reforzando posiciones conservadoras. Se deja de hablar de las cosas para limitarnos a evaluar sus valores simplificando la vida pública en una especie de concurso: esta sí, esta no.

Y en este sentido tenemos que poder distinguir entre el directivo de Caja Madrid que utilizó la tarjeta para cambiar los muebles de su casa —creo que era de CCOO— de aquellos otros golfos que los despilfarran, naturalmente, en el campo de golf. Es escandaloso que se compare la picaresca en la peripecia universitaria de Íñigo Errejón con cosas como Correa o la Gürtel. Incluso los famosos Ere que implican a la Junta de Andalucía, colmados de miserabilismo, son incomparables al saqueo sistemático de las arcas públicas pergeñado por el clan Pujol. Guy Debord describía la mafia como avanzada económica del capitalismo liberal y recomendaba su estudio. No se equivocaba.

Otro filosofo francés, Clément Rosset, también buen aficionado al flamenco, lo ha dejado dicho: “Cualquiera que tenga la ocasión, por suerte o por desgracia, de penetrar un momento en la sociedad de los truhanes, de hablar allí en nombre propio o simplemente de escuchar las discusiones que allí se libran, no puede dejar de asombrarse por un rasgo tanto más sobresaliente cuanto que es a priori el más inesperado. Me refiero al contenido siempre altamente moral del debate, un poco sorprendente viniendo de gentes que dedican su tiempo a engañar, robar o asesinar. No queda más remedio, sin embargo, que rendirse ante la evidencia: aquí se trata únicamente de lo que está bien y de lo que no está bien, de lo que es conveniente y de lo que no lo es, de lo que se hace y de lo que no se hace”. En efecto, si en algún sitio la moral sustituye a la política es entre las asociaciones de delincuentes, estén estos en el Gobierno o en la cárcel o en las tertulias de televisión.

Parecería que el sistema funcionase a la perfección si no fuera por, ¡ay!, que algunos intentan aprovecharse del mismo y roban aquí o allá; vaya, que el gobierno del mundo sería justo si lo salvamos de sus corruptores. “¡Miénteme! —cómo canta El Niño de Elche, entre Antonio Orihuela y Johnny Guitar—, dime que no ponga resistencia, que me deje llevar; dime que no estamos al borde del precipicio, que esto no es el principio del fin; que la crisis es pasajera y que la prosperidad está a la vuelta de la esquina; dime que somos libres, que lo único que tenemos que hacer es votar; pero, ¡miénteme!”.

Enlace al artículo en la revista Contexto.

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