01.dic.2016 EL BAILE PETRIFICADO

 ¡Dejadlo, dejadlo…

que siga bailando en la cornisa!

 Chtcheglov

 

 

En la insistencia de las ciudades más cosmopolitas acaban haciéndose familiares los rostros de ciertos viandantes, los rótulos de los comercios y restaurantes, las fachadas de los edificios singulares y hasta los charcos de las calles.

Terminamos reconociendo vagamente a la viejecita de la parada del autobús, al vendedor callejero, a la lectora tatuada del metro, al ciclista con auriculares, al cartero con la vespa, a los vagabundos que duermen en los cajeros automáticos de los bancos, las figuras borrosas de taxistas y camareros de las terrazas, las sombras que entran en las oficinas públicas y a la policía disfrazada de mendiga, que se alimenta rebuscando en los contenedores de la basura mejor equipada de todos los tiempos.

Nos acordamos incluso de los objetos que se exponen en los escaparates de todo tipo de negocios: el libro que amarillea, el maniquí secundario que está siempre desvestido, la tienda de cocinas de diseño que nunca tiene clientes y que ha sido traspasada para convertirse en una galería de arte… o el escaparate del anticuario de la esquina, donde una recacha de sol ilumina los mismos objetos: el azulejo de una mujer que danza; una lupa renacentista con su pie dentado de latón; y la bandurria rubia con marquetería de pájaros quetzales exhibiéndose entre la flora del nuevo mundo.

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Y un día parecido al mismo día en el que hablé con la mendiga, al día que compré el libro amarillo y al día que invité al maniquí a subir a casa, pues igualmente entré en la tienda de antigüedades, con la curiosidad de preguntar por la bandurria que se tostaba diariamente en el sol del escaparate.

El salón de exposición estaba atestado hasta el artesonado del techo, donde había objetos atrapados por las lámparas de araña.

–El azulejo es muy común… ­­–dijo el anticuario­ –procede del derribo de un corral de vecinos… la lupa venía dentro de unos legajos que tiraron a la basura los listos del archivo municipal… y la bandurria, que es lo que verdaderamente le interesa, sólo tiene su valor ultramarino… son muchos los paseantes que se detienen a mirarla.

–¿Y cuánto vale? ­

–Si está decidido a llevársela le contaré su origen en un instante.

Desde el pequeño mostrador se veía la luz solar entrando con formas de lingotes por el escaparate, incidiendo en la lupa y creando destellos vivaces que recorrían la miríada de polvo en suspensión.

–La bandurria perteneció a una orden esotérica guatemalteca… estaba oculta en el pabellón que el gobierno de Guatemala construyó en Sevilla para la celebración de la exposición iberoamericana de 1929… en el mismo año del primer crack económico mundial… es normal que pasara totalmente desapercibida para toda la antropología musical… si usted compra la bandurria estará comprando una historia, pero si de verdad quiere un buen instrumento deberá acompañarme a la trastienda.

El anticuario activó la cerradura de la puerta de la calle con el mando a distancia y me invitó a pasar detrás del mostrador, donde retirando un gran cuadro de barnices ennegrecidos, se abría un portillo con escalones que descendían estrechamente hasta el sótano.

–Sígame, sígame…  dudo que la bandurria se pueda volver a usar… son muchas las horas de sol directo que ha recibido… y a los instrumentos musicales no les debe dar la luz del día, como a muchos intérpretes.

En el centro del subterráneo había un reclinatorio con dos candelabros eléctricos puestos a cada lado, y sobre unas cajas de vino cubiertas por un damasco rojo, estaba depositado un estuche de piel que contenía una guitarra de fuego.

–Las guitarras buenas tienen que estar guardadas en bodega, metidas en su estuche y con dos velas puestas para contemplarlas… cójala y verá que el cedro es cedro… la plata, plata… y el sonido, sonido… la guitarra junto a la bandurria fueron encontradas como dos amantes entre otros objetos de la logia… y la funda se la regalo.

Nunca el sol había brillado tanto en la calle. La viejecita de la parada del autobús saludaba al taxista, el taxista le daba un bocadillo a la mendiga, un colegio entraba en la galería de arte, un músico callejero me preguntaba que si podía enseñarle la guitarra y le dije que no porque era para un regalo… como coreógrafo conceptual estaba deseando llegar a casa y tocarle algo al maniquí que adorna el salón austríaco del minipiso, para ver si se meneaba un poco y daba una psicopatadita.

Agarrando el asa ardiente del estuche iba pensando en el antiguo constructor del instrumento… en el timbre brillante de la guitarra encontrada que había sobrevivido a los edificios de la exposición universal de 1992… en las melodías decrépitas que configurarían su afinación… en las jacarillas que inspirarían su sonido flamenqueante… y llegando al estudio me encontré con que el sarcófago estaba vacío.

¡Sus muertos!

 

 

 

 

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SOBRE EL BLOG
Flamencos de alquiler

Blog de David Pielfort.

AUTOR: David Pielfort
DAVID PIELFORT (1971). Salido de una novela de Dickens, es abandonado por los gitanos. Un banco le compró un cuadro. Su voz retumbó en la Bienal de Arte de Venecia, e Israel Galván ha bailado sobre su cuerpo. Otorgó la llave de oro del cante jondo a Paco de Lucía, en una pielfortmance que televisó La 2.
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