Flamenco un arte popular moderno
Creación de un lugar donde el baile puede ocurrir

A partir de un comentario de Ramón Gaya sobre la bailaora Pastora Imperio, Giorgio Agamben, Doctor en Derecho y profesor de Estética de la Universidad de Verona, definió el baile flamenco como “creación del lugar donde el baile podrá, tal vez, ocurrir”. Es decir, para Agamben el baile flamenco, no es un acontecimiento, no es algo que ocurra en un sitio (que “tenga lugar”), sino una probabilidad (una cosa que “podrá, tal vez, ocurrir”). “No es, por tanto, un ser espacial, sino temporal”, explicó en el inicio de su intervención en el seminario Flamenco, un arte popular moderno.

Un tratadista italiano del siglo XV, Domenico de Piacenza, ya apuntó esta relación entre la danza y el tiempo. En su obra Libro dell’arte del danzare (“una mezcla de manual didáctico y de summa esotérica”, en palabras de Agamben), Domenico de Piacenza enumera los elementos constitutivos del arte de la danza: medida, memoria, agilidad, manera (carácter que imprime al baile cada bailarín), dominio del suelo (uso del espacio de acuerdo con los cánones clásicos de proporciones matemáticas) y “fantasmata”. En un italiano poético difícilmente traducible, este tratadista del siglo XV define “fantasmata” como una destreza corporal gracias a la cual el bailarín se mueve con inteligencia de la medida y se detiene cada cierto tiempo como si hubiera visto la cara de la Medusa. En esos momentos, el bailarín se vuelve de piedra, pero inmediatamente después, se recupera y prosigue su baile, tratando de aplicar el resto de los elementos constitutivos de la danza. “Domenico llama ‘fantasmata’, explicó Giorgio Agamben, a una interrupción repentina entre dos momentos, una pausa que contiene virtualmente, la memoria -pasada, presente y futura- de toda la escena coreográfica”.

El término “fantasmata” procede de la doctrina aristotélica de la memoria que tuvo una gran influencia sobre la filosofía medieval. Aristóteles establece una conexión entre tiempo, memoria e imaginación, pues afirma que sólo los seres que perciben el tiempo, pueden recordar. Y para recordar utilizan la misma facultad con la que perciben el tiempo: la imaginación. La memoria, según el pensador griego, no es posible sin imágenes (“sin fantasmata”). Y esas imágenes, añade, pueden llegar a mover el cuerpo. Domenico de Piacenza, que también fue coreógrafo, define la danza como un acto que genera una interrupción (una suspensión) del movimiento y del tiempo. “Pero esa interrupción, matizó Giorgio Agamben, está cargada de tiempo. De un tiempo que es pura inminencia y pura memoria, nunca acontecimiento presente”. Esto es, la danza no tiene lugar, no ocurre cuando ocurre, sino en otro tiempo (en un “tiempo otro”), antes y/o después del marco temporal cronológico en el que se ejecuta.

Para tratar de analizar esta relación especial entre imagen y tiempo, Giorgio Agamben rememoró su visita a la exposición The Passions de Bill Viola, donde el creador neoyorquino reflexiona sobre el tema de la expresión y representación de las emociones. Una parte importante de las video-instalaciones que integraban la muestra, reproducían cuadros con motivos religiosos de pintores de los siglos XV y XVI (entre ellos Alberto Durero). “A primera vista, recordó Giorgio Agamben, las imágenes parecían inmóviles, pero después de unos segundos descubrí que imperceptiblemente se movían, que nunca habían estado quietas, sólo sometidas a una extrema ralentización”.

En un trabajo anterior (The greeting, que se presentó en la Bienal de Venecia de 1995) Bill Viola recrea La Visitación (1528-1529), una pintura manierista de Pontormo en la que aparecen tres mujeres entrelazadas. En una sola toma de diez minutos de duración, la cámara se acerca a ellas muy lentamente, hasta componer el tema iconográfico de la trinidad. Según Agamben, lo interesante de esta obra no es sólo la sorpresa que causa la animación de una imagen que estamos acostumbrados a ver inmóvil, sino su capacidad de transformar la naturaleza misma de la imágenes. Cuando el tema iconográfico de la trinidad se re-compone definitivamente y el movimiento, leve pero continuo, de la cámara se detiene, la imagen, que está cargada de tiempo, se desborda y explota. El vídeo genera una especie de temblor en el que cada instante profetiza su desarrollo futuro y evoca sus gestos precedentes. “Bill Viola, explicó Giorgio Agamben, no introduce las imágenes en el tiempo, sino el tiempo en las imágenes”. Porque igual que el baile de Pastora Imperio que fascinó a Ramón Gaya, las imágenes de Viola no ocurren en el tiempo, sino que están hechas de tiempo, son tiempo en sí mismas.

Pero, ¿qué es el gesto? Antes de desarrollar su punto de vista sobre este concepto, Giorgio Agamben recordó que a finales del siglo XIX, la burguesía occidental había comenzado a percibir, aunque fuera de forma inconsciente, que estaba perdiendo sus gestos. De hecho, para el autor de El Hombre sin contenido o El lenguaje y la muerte, muchos aspectos importantes de la cultura europea de finales del siglo XIX y principios del siglo XX -desde el baile de Isadora Duncan a las novelas de Marcel Proust, pasando por el cine mudo o el flamenco- reflejan un último intento de recuperar y reinventar esos gestos perdidos.

En el marco del seminario Flamenco, un arte popular moderno, Agamben propuso dos definiciones de gesto. Por un lado, lo definió como “algo que no ocurre ni pasa, que no se puede hacer y actuar, sino solamente deshacer e inactuar”. Es decir, no es un medio hacia un fin, ni un fin en sí mismo, sino un “medio puro”. La danza es gesto precisamente porque exhibe el carácter de medio de los movimientos corporales. Y a través de esa exhibición, se deshace, desmiente su propio ocurrir, convirtiéndose en medio puro, en medio sin fin. Bailar supone quedar suspendido entre el recuerdo (venir), el acontecimiento (devenir) y lo potencial (porvenir), alcanzar un umbral de indistinción en el que se funden y confunden pasado (lo que fue), presente (lo que es) y futuro (lo que será). “Y por eso mismo, la danza es inagotable”, subrayó Giorgio Agamben.

Por otro lado, para Giorgio Agamben el gesto es lo que en cada acto expresivo queda sin expresión. O en otras palabras, el vacío expresivo que permanece en el núcleo de todo discurso, la imposibilidad de alcanzar una comunicación plena. Por ello, el filósofo italiano piensa que el gesto se puede describir como el gag del lenguaje humano. Término (gag) que en su acepción original remite a algo que se mete en la boca para impedir la palabra, y que en su uso en el mundo del teatro, hace referencia a la improvisación de un actor para subsanar un vacío de su memoria o una imposibilidad de hablar. En este sentido, Giorgio Agamben recordó que según los teóricos de la comedia del arte italiana, el gesto del Arlequín no tenía nada que ver con la historia que se desarrollaba en la escena, sino que, a modo de gag, interrumpía los actos expresivos de los actores.

Retomando la descripción del gesto de Pastora Imperio, para el autor de Estancias es necesario comprender que la creación del lugar que sugiere Ramón Gaya (“un lugar donde el baile podrá ocurrir”) no implica que haya dos tiempos (uno presente y otro futuro) en el sentido cronológico. La creación de ese lugar nos remite a un tiempo que está por dentro del tiempo. Un tiempo interior -”mesiánico”- que produce una suspensión (un vacío, una pausa) del tiempo cronológico. “El baile, señaló Giorgio Agamben en la fase final de su intervención en Flamenco, un arte popular moderno, no se desarrolla en el tiempo cronológico, sino que representa el tiempo que el tiempo tarda en acabarse, el tiempo que el tiempo emplea en cumplirse. Por eso el flamenco no tiene lugar”. Y del mismo modo que nos es imposible ver el lenguaje, no podemos ni podremos nunca ver el baile. Tenemos que conformarnos con evocarlo e invocarlo, con “recordarlo y prometerlo”.

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