03.oct.2016 CONCIERTO DE QUEJIDOS

El hambre de música era terrible…

 Cartarescu

 

 

En el concierto de quejidos están en escena: el subtitulador de seguiriyas; el encargado de pinchar el vídeo en la pantalla; el creador del mismo vídeo; la iluminadora embarazada que no quiere que nadie fume; la regidora; el sonidista; y un tío que reparte papeles todos los días.

El público es un público-artista, porque la mayoría de los que han acudido al espectáculo son artistas: los flamencos profesionales, los guiris profesionalizados, conocidos postulantes, allegados sabihondos, familiares y apegados diletantes.

Pero no hay ningún aficionado porque en los estrenos no hay nadie que se tome por tal.

Hoy todos son artistas y el aplauso estará asegurado: tú me aplaudes a mí para que yo te aplauda a ti. Mañana.

Las luces de sala siguen encendidas, preprogramadas para que se desvanezcan lentamente. Los espectadores van entrando, y mientras se acomodan en sus asientos, pueden ver a los protagonistas del Concierto de Quejidos.

 

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Permanecen en escena el subtitulador, el proyeccionista, el videoartista, la iluminadora con el fotómetro, la regidora -con la carpetita americana y los auriculares puestos-, el técnico de sonido y el escriba de la productora. Están todos en el centro del escenario y dando la espalda al público, que sigue ocupando sus asientos.

En el patio de butacas hay toses, envoltorios de caramelos que se arrugan, saludos a discreción, chaquetones que resbalan de los asientos y folios impresos con la palabra “Reservado” sobre de los espaldares de la primera fila, siempre vacía de autoridades.

Se ignora la señal por la que el grupo de concertinos quejosos se vuelve ahora hacia el público, cada uno a su forma y estilo, y comienza  así el CONCIERTO DE QUEJIDOS.

El subtitulador de seguiriyas se distrae leyendo la caja encendida de plástico iluminada con la palabra “salida” (que no “éxito”); el pinchador del vídeo mira la pantalla de su teléfono móvil, alumbrando el rostro del videoartista, al que explica mediante susurros el secreto de resetear; la iluminadora no ve un pimiento, con las luces de sala todavía activadas es incapaz de distinguir un rostro entre el público que aguarda; la regidora no interactúa con el elenco al llevar unos auriculares tapándole los oídos; y el técnico de sonido da un respingo cuando el tío que reparte folios diferentes todos los días le hace entrega de otro papel.

El Concierto de Quejidos continúa con las luces de sala encendidas como porque el temporizador del desvanecimiento de las mismas no funciona, y el aire acondicionado tampoco. A la media hora el público se activa y empieza a actuar: hay personas que se revuelven cambiando de postura, mascan los folios “reservados”, suspiran aristocráticamente y alcanzan altas temperaturas con los bolsos y abrigos en el regazo. Se suceden los bostezos contenidos, las cremalleras que se abren y los teléfonos móviles van iluminando las butacas vacías.

La política que cree que no llega tarde, recorre el lateral de la sala con un taconeo impertinente que advierte todo el auditorio -excepto el técnico de sonido- y se esconde oficialmente en un asiento de la primera fila.

La regidora discreta le pregunta al oído que si vendrán más excelentísimos armonizadores de impuestos:

–Yo soy la única artista que vendrá hoy al Concierto de Quejidos…

¡¡¡Pssst!!!

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SOBRE EL BLOG
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Blog de David Pielfort.

AUTOR: David Pielfort
DAVID PIELFORT (1971). Salido de una novela de Dickens, es abandonado por los gitanos. Un banco le compró un cuadro. Su voz retumbó en la Bienal de Arte de Venecia, e Israel Galván ha bailado sobre su cuerpo. Otorgó la llave de oro del cante jondo a Paco de Lucía, en una pielfortmance que televisó La 2.
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